La Violencia nuestra de cada día: Una reflexión urgente.




En la Argentina contemporánea, la violencia parece haberse arraigado en todos los estratos de la sociedad, manifestándose de diversas formas, desde el raterismo hasta el narcoterrorismo, pasando por amenazas narco a figuras políticas destacadas. Esta realidad nos confronta con una pregunta inquietante: ¿De dónde surge esta ola de violencia que parece envolvernos?

La violencia, en sus múltiples manifestaciones, no surge de la nada. Tiene raíces profundas en la desigualdad social, la falta de oportunidades y la debilidad de las instituciones. La pobreza y la exclusión social han alimentado un caldo de cultivo propicio para que la delincuencia y el crimen organizado prosperen. El narcotráfico, en particular, ha encontrado en estas condiciones un terreno fértil para expandirse y ejercer su poder de manera violenta sobre la sociedad.

Pero la violencia no se limita al ámbito del crimen organizado. Se filtra en las interacciones diarias entre ciudadanos, en las disputas familiares, en los enfrentamientos en el ámbito deportivo y en las tensiones entre padres y profesores. Esta violencia, aunque menos visible que la delincuencia callejera, es igualmente preocupante, ya que revela una profunda crisis de valores y una pérdida de empatía y respeto por el otro.




¿Qué nos está ocurriendo como sociedad? Parece que hemos perdido el rumbo, que nos hemos alejado de principios fundamentales como la solidaridad, la tolerancia y el diálogo. En su lugar, la intolerancia, el egoísmo y la confrontación parecen haberse apoderado de nuestras relaciones sociales. La polarización política y la fragmentación social han contribuido a profundizar estas divisiones, creando un clima de desconfianza y hostilidad que alimenta la violencia en todas sus formas.

¿Qué nos ha vuelto tan violentos? La respuesta a esta pregunta es compleja y multifacética, pero en última instancia, se reduce a una profunda crisis de valores y de instituciones. Para revertir esta tendencia, es necesario un esfuerzo conjunto de toda la sociedad, que incluya políticas públicas efectivas para combatir la desigualdad y la exclusión, así como un compromiso individual y colectivo con la construcción de una cultura de paz y respeto por los derechos de los demás.

La violencia no es inevitable. Es el resultado de decisiones individuales y colectivas, y como tal, podemos y debemos trabajar para erradicarla de nuestra sociedad. Es hora de poner fin a la violencia cotidiana y construir juntos un futuro más justo y pacífico para todos.


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