Por Gustavo Restivo
En las recientes elecciones en El Salvador, la victoria aplastante de Nayib Bukele, quien obtuvo más del 85% del apoyo electoral, marca un giro significativo en la política latinoamericana. Este contundente respaldo refleja un desencanto palpable de la población hacia la izquierda tradicional, que ha perdido credibilidad debido a escandalosos casos de inseguridad, haciendo, en gran medida, de personas que están cumpliendo condenas en prisión militantes y fuerza de choque, el narcotráfico que ha ganado terreno por sobre la ciudadanía y hasta compitiendo fuerzas con los ejércitos de las naciones de América Latina. A esto debe sumársele también el sicariato y los casos de corrupción que han dejado a muchos ciudadanos sintiéndose defraudados.
La nueva realidad política en América Latina parece desafiar la narrativa de la izquierda como única alternativa progresista. Los electores, decepcionados por la corrupción arraigada en las filas de algunos partidos de izquierda, están optando por pasar por alto las imperfecciones de la derecha, bajo la promesa y esperanza de vivir en paz, la visión de un país con la capacidad para crecer económicamente en el marco de la democracia, están ganando terreno en las preferencias ciudadanas.
Este cambio de paradigma sugiere que la población está dispuesta a tomar riesgos en busca de un cambio significativo. La mayoría de los ciudadanos, al dejar de lado las antiguas afiliaciones ideológicas, están apostando por un futuro que promete estabilidad y oportunidades de desarrollo. La victoria abrumadora de Bukele se interpreta como un voto de confianza en sus propuestas para impulsar el crecimiento económico y mantener la seguridad, a pesar de las críticas que puedan surgir respecto a la concentración de poder.
Este fenómeno no solo redefine la política salvadoreña, sino que también envía un mensaje al resto de las naciones de la región. La vieja dicotomía entre izquierda y derecha está siendo cuestionada, y la ciudadanía busca líderes capaces de abordar sus necesidades y aspiraciones concretas. Mientras algunos ven en este cambio una oportunidad para un renacimiento político, centrados en cuestiones de mano dura contra la delincuencia, la modernización tecnológica y la disrupción económica, otros expresan preocupaciones sobre la concentración de poder y la falta de contrapesos.
En definitiva, las elecciones en El Salvador marcan un punto de inflexión en América Latina, respaldado también en el giro político de Ecuador, donde la desilusión con la izquierda o más bien los populismos, impulsa a los ciudadanos a abrazar nuevas alternativas, dispuestos a pasar por alto las imperfecciones de la derecha en busca de un futuro más prometedor.
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